Tenía yo 7 años, una edad curiosa (siempre se repite esa edad en las personas con ciertas experiencias)… cuando eventos mágicos comenzaron a llenar mi vida.
Mi memoria no alcanza a recordar todos los detalles, pero ayudada por mi padre que fue testigo de tales situaciones, es que he podido armar el rompecabezas. A esa edad yo tenía una cuarto entero para mí, y a pesar de tener 2 hermanos más chicos con quien jugar, me gustaba pasarla sola en mi cuarto; ahí me ocurrían cosas que en ningún otro lado ocurrían. Desde mi armario aparecían seres mágicos, duendes, que venían especialmente a jugar conmigo. Estos duendes eran de esos viejitos, con cara amistosa, de vestimentas antiguas, bien bajitos, incluso para mí a esa edad (describo estos duendes porque hay de muchos tipos). Se materializan a tal nivel que desordenaban mi pieza, tiraban la ropa. Me hacían reír, hacían todo divertido, eran momentos excepcionales que hacían mi día. Recuerdo que no dejaba de reír…
Fue mi padre quien se percató de lo que ocurría; tras escucharme hablar “sola” en mi pieza, comenzó el cuestionario de lo que yo hacía. Le expliqué con lujos y detalles, y él casi se caía del impacto de ver como se repetía en su hija una historia, que para él había sido horrorosa ya que su “razón” nunca pudo aceptarlo. Un día me dijo que si yo quería dormir y ellos aún querían seguir jugando, les dijera que me dejaran porque ya era hora de dormir. Un día así lo hice y nunca más volvieron… hasta… (continuará).
Aurora
lunes, 12 de mayo de 2008
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